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Ser mejor equivale a haber cambiado muchas veces. -Neil Gaiman

19 mar 2013

Anhelos de superación


AnhelosDeSuperacion

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Reflexiones

Guardo desde 1977 un opúsculo editado por La Voz de laEsperanza, titulado Joyas de la Personalidad cuyo autor es el Dr. Braulio Pérez Marcio. En este se incluye -bajo el epígrafe Anhelos de Superación- un bonito texto que invita a la reflexión y que vale la pena compartir:

“Entre los papeles que tenía a mano, porque eran los que consultaba con más frecuencia, se halló, poco después de que falleciera un gran hombre de estado, conocido en todo el mundo, una plegaria compuesta de nueve puntos, cuya lectura es una verdadera inspiración para quien deje deslizar su vista sobre ella. La hemos traducido del idioma extranjero en que se escribió, y vamos a enumerar esos nueve puntos porque pueden ayudarnos a conocernos a nosotros mismos un poco mejor de lo que nos conocemos.

Dice el primer punto de esa plegaria: "Señor, tú conoces mejor que yo que los años pasan y que un día seré un anciano".

¡Qué amonestación impresionante hay en estas palabras! Absorbidos por el ardor de la lucha de la vida olvidamos la gran verdad de que los años pasan y que un día, inevitablemente, habremos llegado a la ancianidad. Sobre todo los jóvenes olvidan esta impresionante verdad. Creen que la juventud les durará eternamente. Le dan a veces a las cosas del momento tremendas proporciones y por obtener la victoria que buscan, suelen sacrificar todo, hasta lo mejor que hay en ellos, sin comprender que dentro de algunos años mirarán hacia atrás y con amargura reconocerán que mucho de aquello por lo que se esforzaron no valía la pena. Era sólo hojarasca, chafalonía y latón oxidado. Pero se llevó lo mejor que había en nosotros y nos impidió construir una verdadera personalidad. No nos dejó tiempo para hacer el bien que debimos haber hecho. Y cuando lo comprendemos es ya demasiado tarde pare realizar lo que no se hizo en el momento en que debió ser hecho. Podremos rectificar la vida desde el instante en que nos encontramos con nuestra realidad, podrá el arrepentimiento limpiar el corazón, pero nada evitará que con el poeta nos preguntemos: “¿Qué será del trigo que no se juntó?”

El segundo punto de la plegaria que comentamos dice así: "Ayúdame a no ser locuaz y hablador, y, particularmente, ayúdame a no caer en el hábito de pensar que tengo que expresarme y decir algo sobre todo asunto y en toda ocasión". 

Este es un mal en el cual caen miles y miles de personas. Olvidan que, como dijo el sabio Salomón: Hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar" (Eclesiastés 3:7). Y no saben callar. En todo quieren imponer su opinión, en todo quieren que prevalezca su criterio, que con frecuencia sostienen sin más motivo que su propia obstinación. El silencio les hace daño y no pueden tolerarlo. Por eso la plegaria nos enseña a decir al Todopoderoso: "Ayúdame a no ser locuaz y hablador".

El tercer punto está muy ligado al anterior, pues dice: "Ayúdame, Señor, a no querer vehementemente arreglar todos los asuntos de los demás".

La verdad es que con frecuencia en lugar de inmiscuirnos en las cosas de los otros llevados por nuestro afán de componedores, debiéramos preocuparnos más bien de las nuestras. Esto lo estableció el Nazareno con palabras vigorosas, cuando dijo: "O ¿cómo dirás a tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí la viga en tu ojo? ¡Hipócrita! Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano" (S. Mateo 7:4,5).

Ocupémonos de lo nuestro. Hay en nuestra vida mucha tela que cortar. Dejemos las vidas ajenas. No intervengamos en ellas como no sea en el momento oportuno, y para brindarles la ayuda que necesiten.

Dice el cuarto punto: "Ayúdame a no perderme en multitud de detalles, sino a ir directamente a lo esencial".

Amigo mío, así se nos va la vida a veces. Pasan los días, los meses y los años, malgastados en una multitud de insignificancias que no dejan en nosotros más que vacío y soledad. En los tiempos actuales ¡cuántos jóvenes diluyen su capacidad de acción en tumultos y motines cuya finalidad ni siquiera entienden! Repiten palabras y argumentos facilitando con ello la acción de quienes, más que intencionados, son a veces malintencionados, mientras dejan lo importante y lo esencial que es formar un carácter que con la ayuda divina les permita ser una potencia para el bien en medio de un mundo en el cual el mal se desborda por todo lugar.

Continua la plegaria diciendo: "Pido gracia suficiente para poder escuchar el relato de los problemas y dolores de los demás, mientras llevo los míos con paciencia". 

Quienes nos rodean llevan una carga que a veces excede a su capacidad para soportarla. Y con frecuencia tienen que volcar parte de su preocupación sobre los demás. Seamos pacientes con ellos. Al escucharlos estaremos haciéndoles un gran bien.

Pero el sexto punto de la plegaria es casi un complemento del anterior, porque dice: "Sella mis labios para mis propios dolores y sufrimientos. Estos crecen continuamente y mi tendencia a mimarlos se me hace más agradable al pasar los años".

Mantengamos nuestros labios sellados con referencia a nuestros propios dolores y sufrimientos. No los volquemos sobre el primero que pase, sobre quien quiera escucharnos. Es posible que también nosotros tengamos que pedirle a Dios que nos ayude porque con el correr de los años tendemos a mimar nuestros sufrimientos, lo que significa tener compasión de nosotros mismos, con lo que debilitamos nuestro carácter y nos alejamos del ideal cristiano.

El séptimo punto dice: "Enséñame la gloriosa lección de que de vez en cuando puedo estar equivocado".

¡Cuán difícil es para algunos aceptar que han cometido un error! Los demás sí se equivocan, ¡pero ellos no! Y aunque en su fuero interno sepan que han errado, su obstinación y terquedad les impedirá aceptarlo. Roguemos a Dios que nos enseñe a reconocer nuestras faltas y errores, porque ese reconocimiento será lo único que nos permita vivir en paz con nuestros semejantes y comulgar con Dios.

Ahora el punto número ocho que dice: “Manténme razonablemente tranquilo. No quiero ser un santo. Es muy difícil convivir con algunos de ellos. Una persona amargada es la obra maestra del diablo”.

Hay en esto una actitud profundamente humana y cristiana. No debemos pretender que somos santos y perfectos y que por lo tanto tenemos el derecho de dejar caer sobre los demás nuestra continua amonestación amargada. Porque como lo dice la plegaria, una persona amargada es “la obra maestra del diablo”. Es muy difícil convivir con quienquiera que haya dejado llenar su espíritu de amargura y que viva condenando a los demás. Debemos pedirle a dios que nos mantenga razonablemente tranquilos dentro de lo que él esperas que seamos.

Y con esto llegamos al punto último de esta impresionante plegaria. Dice así: "Hazme reflexivo, pero no taciturno ni malhumorado; servicial, pero no autoritario. Que no me parezca que teniendo yo tanta sabiduría sea lamentable no usarla toda. Tú sabes, Señor, que yo quiero conservar algunos amigos hasta el fin".

Es inconcebible un creyente malhumorado y de mal genio. Que sea reflexivo, pero no malhumorado. No nos creamos más sabios que los demás porque eso alejará de nosotros a quienes nos rodean y un buen día nos quedaremos sin siquiera un verdadero amigo. Es mejor llegar al fin de nuestros días rodeados de aquellos que nos aprecian.

El cristianismo no es sólo dogmas. Es vivir plenamente toda la verdad que se conoce. Porque mejor es saber menos y vivir más; que saber mucho y vivir poco. Que Dios nos ayude a ser cristianos de verdad.”




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